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Un año más al que le bajamos el telón. El sexto en el calendario de Analipsis. Con muchas experiencias transcurridas, cada ciclo nos demuestra, una y otra vez, lo apasionante que es la Comunicación.

Cambios, innovación, lenguajes, soportes y nuevos públicos son algunos de los puntos vertebrales que van marcando el ritmo de nuestra actividad. Por eso, año tras año, el desafío está en trabajar desde una comunicación cada vez más profesional.

Durante todo el 2022 nos propusimos explorar estos múltiples destinos. Estuvimos presentes en internet, en todo ese gran universo online en el que cada día cuenta. Seguridad, rubro inmobiliario, sector empresarial y construcción son algunos de los ámbitos con los que trabajamos. Para cada uno de ellos, nuestro aporte estuvo en la gestión, diseño y desarrollo de estrategias de comunicación digital. Pensamos y creamos contenido, desarrollamos páginas web, estudiamos comportamientos de audiencia, y nos enfocamos en realizar publicidad online sostenida, tanto en redes sociales como en Google Ads.

Además nos dedicamos a la comunicación offline. Como agencia de publicidad, este año, como en cada ciclo, dimos el presente en los medios, en donde creamos, planificamos y gestionamos pautas publicitarias tradicionales. Nuestro gran foco estuvo en el desarrollo de Analipsis Urbana, unidad a través de la cual medimos la opinión pública con encuestas, observaciones y relevamientos sobre temas de agenda pública e interés general. Lo hicimos en las calles, cara a cara, y también en Internet.

Durante el 2022 se acercaron a nosotros distintas empresas locales con la necesidad de relevar su imagen y posicionamiento. Además, trabajamos en encuestas políticas segmentadas por circuitos electorales en Mar del Plata. Participamos en la campaña electoral de renovación de autoridades de un estamento colegiado de la ciudad, y mantuvimos la gestión diaria de la comunicación de ese organismo.

Realizamos también un media training para una empresa que opera en el sector energía eléctrica, y desembarcamos en Buenos Aires para brindar capacitaciones de contenidos de prensa, gestión de la reputación y contenidos para mensajes institucionales para un holding de empresas dedicadas a la biotecnología.

¿Qué nos espera? Un futuro repleto de oportunidades, en donde innovar con impacto y solvencia van a ser los retos que nos abran más puertas. Vamos a seguir formándonos y siendo formadores para trabajar desde una comunicación profesional, en donde pongamos ideas a funcionar de manera sostenida en el tiempo que aporten valor y autenticidad a quienes apuesten a la comunicación como transformación.

La política no se reduce a sus formas de comunicación, pero es lo que vemos. En la expectativa, la escena de la gestualidad tiene un peso superior al de los hechos, por eso un país entero puede estar pendiente de lo que sucede detrás del portón verde de Olivos, donde es imposible que esté pasando algo concreto, más allá de afiebradas conversaciones. Los hechos vendrán después, primero se esperan las decisiones que serán las que motivarán conductas.

El factor decisivo es la atención: el avance de la tecnología produjo cambios en los hábitos de consumo de información y entretenimiento, y ya no es un secreto que los públicos o las audiencias, todos términos amplios e imprecisos si los aplicamos a la política, se perfilan más como consumidores desconectados de los asuntos políticos que como un ciudadano de la democracia representativa. El fin de semana, y los días que le siguieron, fueron para el gobierno una enorme pérdida de tiempo y de oportunidades para instalar una creencia, teniendo toda la atención puesta en él.

Desde sus orígenes, la semiótica clásica describe el proceso de generación de sentido a partir de los hechos concretos, los que podemos llamar “de la realidad”. En otras palabras, cómo hacemos los seres humanos para “entender” el mundo que nos rodea. En “La fijación de una creencia”, el padre fundador de la semiótica, Charles Peirce, destaca que “nuestras creencias guían nuestros deseos y conforman nuestras acciones”, y asegura que quien cree en algo determina por aquella creencia la manera en la que va a comportarse.

El norteamericano denomina, además, “la irritación de la duda” a la búsqueda por aferrarse a pensamientos que le permitan cesar en la incertidumbre. El cerebro busca descansar en algo que satisfaga el deseo, de allí se desprende que ratificar una creencia previa es más sencillo que problematizarse con una nueva.

Por eso, podemos analizar el problema del gobierno desde tres ejes: el político, en su relación con el poder; el económico, indisolublemente relacionado con el primero; y el simbólico, basado en sus problemas de comunicación para construir narrativas de sí mismo que le permitan suplir su incapacidad en el plano real, y generar percepciones que, aunque sean aspiracionales o imaginarias, modifiquen la relación con sus gobernados.

El problema del factor simbólico, en el que nunca hizo pie el gobierno, ni siquiera cuando tuvo un 80% de imagen positiva, involucra aspectos muy sensibles en el campo de la percepción: la mencionada dificultad para captar la atención, la reducida capacidad de abstracción de quienes “leen” los discursos, la escasa tolerancia y permanencia, las burbujas de filtro de los algoritmos, los preconceptos y el nulo interés por lo verdadero, reemplazado por la ratificación de la creencia previa, movimiento natural del cerebro hacia una comodidad muy valorada en estos tiempos.

Así, el gobierno desaprovechó -quizá- la última oportunidad de refundarse: la salida inmediata, aunque no definitiva, luego de ver rodar la cabeza del ministro de Economía Martín Guzmán, era la de capitalizar la atención de propios y ajenos y reemplazar hechos por narrativas. No pudo, no quiso o no supo hacerlo.

En lugar de eso, optó por el silencio de la palabra presidencial, vilipendiada hasta la parodia en otras oportunidades, pero cuya ausencia marca el tono actual de la creencia: el Presidente decidió abandonar ciertas batallas, ya no las dará. Hay una iniciativa que no tiene ni tendrá, su devenir será sobrevivir, porque el primer domingo de julio se fijó con más fuerza una percepción: en un mandato de cuatro años, el tercero es el más desafiante, porque, si hay capital político, se prioriza el horizonte de la reelección; y si ya se es un lame duck, un pato rengo, no se podrá alcanzar al resto de la bandada y ninguna batalla política se puede ganar desde esa posición. Remover esa creencia es lo que debía hacer el Presidente el domingo, pero la reforzó todavía más, y eso se fija como una certeza para quienes ya creían que lo sabían. No importa si es verdad o no.

En un país en el cual la discusión sigue siendo predominantemente económica, podríamos circunscribir el panorama de nuestra actualidad al viejo matrimonio de la oferta y la demanda. Tanto en términos económicos, como en términos políticos.

En materia económica, la inflación sigue siendo el eje central: las previsiones de casi un 6% para el mes de abril, y el desorden de precios sobre todo de alimentos, hacen que la política macroeconómica del gobierno esté pendiendo de un hilo. El hilo de los hechos. A eso, el ministro Guzmán responde: “Un plan es definir un rumbo y aplicar políticas públicas en esa dirección, y eso se está haciendo”. El tema es que “eso” lleva tiempo. Pero sin certidumbre el mercado retrocede, no hay inversión, no hay oferta. La demanda queda trunca, cara y desabastecida.

En materia política, la oferta electoral languidece. Las dos coaliciones mayoritarias no logran dar respuestas a problemas concretos que llevan años. Los perfiles ideológicos se desdibujan en la declaración efectista en redes sociales, en el título periodístico. En la improvisación. Y entonces, la demanda social se inquieta, y empieza a mirar para otro lado.

En la semana, Juntos por el Cambio decidió negar una membresía que Javier Milei no había pedido. Hizo de eso un hecho político. Sobre todo, los socios que están buscando equilibrar las fuerzas internas de la coalición: el radicalismo y la Coalición Cívica. Para ellos, el anuncio fue un triunfo.

“Nosotros somos, desde hace años, el cambio sin anarquía”, expresó en el comunicado la coalición. Milei es aquella anarquía, el anarcocapitalismo de Murray Rothbard y la escuela austríaca, a la que cita cada vez que puede. Con eso, cerraron la puerta que podría darle al candidato libertario algo que todavía no ha podido conseguir, y que le será difícil: un partido político capaz de nacionalizar su figura primero, y de darle gobernabilidad después, si ocurriera lo insólito.

La cuestión es si Milei es importante por Milei o porque está arrastrando a todo el arco político a un nuevo juego, más brutal, más agresivo, como en una especie de efecto sistémico del que no pueden escapar los que disputan ese mismo electorado.

El otro interrogante, todavía más incierto, es qué es el discurso de Milei. ¿Será realmente la expresión de una demanda de los votantes argentinos hastiados de la actual oferta? ¿Será un divertimento para los medios , encuestas y redes que no tendrá eco electoral? Por ahora, con poco más de 14 puntos en Capital Federal, la amenaza al sistema parece improbable. Salvo que, más allá de cualquier nombre propio, sea el sistema lo que entró en una crisis insalvable, entonces no importa cómo se llame, habrá terreno fértil para la locura.

En la primera línea de la gestión pública, y sus laberintos políticos, no hay margen para la ingenuidad. El ministro de Economía, Martín Guzmán, fue el protagonista de la semana sin hablar.

Para qué, si todos hablan de él. Pero, en un foro Económico que se llevó a cabo en Neuquén y que lo tuvo como orador de cierre, el funcionario utilizó la sutileza para estabilizarse en la cuerda floja, y dijo: “Mi función es dedicarme 100% a la gestión y no inmiscuirme en disputas de poder”. En 15 palabras, muchas cosas.

En primer lugar, la respuesta a Andrés Larroque, ministro de Desarrollo de la Comunidad de la Provincia de Buenos Aires, para quien el ministro Guzmán tiene de rehén a la coalición del Frente de Todos, sin ostentar ningún tipo de representatividad política. “No lo votó nadie”, explicó, confundiendo quizá representación con delegación de atribuciones. A él tampoco lo votó nadie, y sin embargo su tarea goza de la legitimidad de las atribuciones del Poder Ejecutivo, quien se encarga de elegir a los ministros.

Pero, más allá de la formalidad institucional, lo que Larroque puso en tensión fue que Guzmán no expresa el proyecto político a través del cual llegó a conducir los destinos de la economía argentina, y por extensión, el presidente tampoco.

Guzmán se aferra a un medido discurso técnico, sin los condimentos políticos de cuando dijo “nosotros vamos a gobernar con los que están alineados”, algo que no le sienta bien y pone en un brete incómodo a su jefe político, único sustento de su permanencia en el cargo.

También el ministro se diferenció de la concepción distributiva que muchos simplifican con el mote de populista. Esta es la discusión de fondo. Lo que se está jugando no es simplemente una cuestión de nombres, sino el fundamento propio del gobierno del FDT. Hay una tensión, que Guzmán se encarga de resaltar hábilmente, entre los vaivenes políticos de la lucha por el poder y la necesidad de ser coherente con el rumbo que refrendó el Congreso hace tan poco tiempo.

Desde la concepción del ministro, volver atrás es sumar más incertidumbre, menos confianza y la improvisación que tan mal cae fuera de las fronteras nacionales. Para Larroque, Cecilia Moreau y el propio Máximo Kirchner, que salieron a cruzar a Guzmán esta semana, la cuestión es la distribución a corto plazo, sin demasiado conflicto con lo intempestivo, lo espasmódico, lo contradictorio y hasta el capricho. Porque, en esto, el ala dura del FDT se puso keynesiana. Es conocido el apotegma del economista más odiado por Milei: “En el largo plazo estaremos todos muertos”.

Guzmán, a falta de consensos y apoyos políticos, necesita que el tiempo vaya licuando deudas, pesos y problemas. La política, en cambio, sólo puede pensar en mañana.